miércoles, 21 de julio de 2010

Cliente: Botellín de agua


Estoy en el bar, bebo un botellín de agua ya que acabo de reponer las cámaras y estoy sedienta cuando suena mi móvil. Desgraciadamente no hay nadie y me aburro, por lo que creo que me puede distraer un rato la llamada entrante. Hasta que veo la pantallita del dichoso aparato. Mamá. "Joder" pienso yo. Se lo cojo. Me suelta lo mismo de siempre "Seguro que no comes bien" "¿No tienes novio todavía?" "¿Sigues en ese bar de mala muerte?" Y me suelta la noticia por la que me llama. "Pues fíjate, tu prima Maite ha sacado la plaza en el hospital de aquí, así que se casa por fin con su chico, si, Andrés el de toda la vida".
Cuelgo después de asegurarle una y mil veces que ya no caliento la cena en el microondas. Mierda, otra vez vuelvo a ser la oveja negra de mi casa. Mis padres querían un robot, como ella. Carrera, casa, coche y novio de toda la vida. Curro, chalet, y la parejita antes de los 30. Y no servir copas, o café en un bar. Me da urticaria sólo de pensarlo. Me apoyo en la barra pensando en todo lo que he visto y hecho. En todo lo que se ha perdido mi prima Maite. Los amaneceres a la salida de una discoteca, las cañas interminables con los amigos, la adrenalina de saltar al agua desde 10 metros de altura, el momento de ligar con el chico desconocido de lounge y el subidón de tirártelo sólo esa noche (con protección claro, adoro mi vida) los conciertos y los festivales de 3 días, Amsterdan y Londres en una semana.

Y si, currar como una cabrona entre 8 y 14 horas dependiendo del día. Cargar cajas, y lidiar con borrachos. Desamores y roturas de corazón para remendarlo con jirones de piel.

¿Y qué? Volvería hacerlo. Desde luego Andresín, que yo recuerde, no era tan bueno en la cama.