sábado, 19 de noviembre de 2011

Cliente: Absolut con limón.


Esta vez es un miércoles. Sé que no habrá nada, pero mi cerebro me chantajea para que le de el suficiente alcohol como para no recordar ni siquiera cómo me llamo. Así que salgo por la puerta, buscando barras en las que apoyar los codos mientras bebo Absolut y quema mi garganta. Mientras destroza mi alma. Estoy sola por elección. Lo sé y lo asumo. Lo malo de salir sola es que siempre eres la presa fácil. Según ellos. Yo opino lo contrario. Esta vez declino las dos primeras invitaciones porque no me interesan. La tercera viene de un chico moreno de ojos oscuros y cejas marcadas. Su sonrisa blanca me atrapa y sonrío tímidamente (já) cuando iniciamos la conversación.

Cuando le digo mi nombre y él lo repite, parece que lo acaricia entre sus labios carnosos. Perfecto, sé que estoy cachonda y no han pasado ni quince minutos. Hablamos de París. Sí, de que acababa de llegar de allí, por motivos laborales y yo de que lo visité una vez hace demasiadas vidas. El promete llevarme otra vez si le cuento el porqué de mi media sonrisa. Yo le contesto que eso vale mucho más que la Torre Eiffel.

Esta vez soy yo la que pongo el aparatamento para revolcarnos. Porque como es sabido el sexo solo está bien hecho si es sucio. Así que follamos hasta caer rendidos, hasta que no tenemos nada más que decir. Hasta que mi alma se quiebra. Después junta sus yemas de los dedos con las mías y las ponemos a contraluz. No sé si me siento bien o mal. De todas formas esperaré a averiguarlo hasta después de desayunar.

Hoy se está calentito debajo de mi piel.