jueves, 25 de febrero de 2010

Cliente: Rioja crianza 2006


Viste borsalino, gris oscuro, al igual que los recuerdos que me cuenta entre tapa de patatas ali-oli y copa de vino bueno, y "es que el vino corriente me repite". Se adivinan penas y se dibujan alegrías en su rostro arrugado supongo, por una juventud marcada por el dolor y el trabajo demasiado temprano en aquel niño que fue una vez. Enamorado de la vida confeso (por lo menos a mi, su camarera preferida) me da consejos tras la barra de madera.

- Chiquilla, deberías estudiar, dedicarte a algo que no te estropee. Eres joven ya tendrás tiempo de trabajar. - me dice mientras mueve la cabeza negativamente.

- ¿Y quien me va a pagar los estudios si no trabajo yo? Además, ahora es cuando puedo con todo - le contesto mientras coloco las jarras de cerveza recién sacadas del lavavajillas.

- En mi época trabajabamos porque no había otra cosa, pero tu tienes más oportunidades. Yo te pago la carrera. - Me dice serio y dando un golpe seco en la barra.

Me echo a reír con una sonora carcajada. Le miro profundo. Me recuerda al abuelo que nunca tuve. Me despierta la ternura y me da por pensar que el estar solo a ciertas edades tiene que ser horrible.

- Con el poco tiempo que me queda y después de haber visto lo que vi, pasar todo lo que pasé, lo único que te puedo decir es que aproveches cada segundo, chiquilla. Cada respiración que das, es una menos.


Y yo le juro que no estoy dispuesta a perderme nada.

domingo, 21 de febrero de 2010

Cliente: Brugal naranja


Se apostilla en la primera columna que está al lado de la barra. Yo estoy limpiando la cafetera, son las 11 así que ya le toca. Me hace una seña con la cabeza, el bar está medio vacío y todo el mundo ya está atendido. Edad, unos ventimuchos, alto, rubio, cuando me acerco dos ojos azules captan mi atención. No es un guapito, apesar de la descripción. De esos que podrían pasar desapercibidos porque no suele levantar demasiado la mirada del suelo. Me pide. Adorno el vaso restregando por el borde naranja recién cortada que huele a las mil maravillas. Cuando destapo el refresco me sonríe y se la devuelvo. Es una sonrisa abatida.

- ¿un día duro? - le pregunto amablemente.

- Demasiado - me contesta él sin perder esa sonrisa a medias - Pero a veces, es mejor intentar sobrellevarlo como sea ¿no? y para eso, esto - y señala la copa con resignación - ayuda. ¿Qué te debo?

Le cobro, a los 15 minutos aparecen otros dos chicos y una chica. Sus amigos. Tiene toda la razón.

Copas y amigos.