domingo, 8 de abril de 2012

Cliente: Absolut con limón


Ayer llegué a casa después de un sábado bastante normal, pero de una forma extraña algo había cambiado. Fue al abrir la puerta cuando me sacudió de principio a fin la soledad de una casa vacía. Lo peor de todo es que nunca me había molestado hasta ese pequeño instante en el que tiré las llaves a su cuenco y me descalcé. No había nada que me hiciese querer estar allí. Con las mismas me puse unos zapatos de tacón rojos y salí a la calle. No sabía lo que buscaba, ni siquiera si quería encontrar algo.
Entré en un after y en contra de mi bebida habitual pedí un Cardhu, solo, con un par de hielos. El camarero me miró y me lo sirvió rápido.

— ¿Una mala noche? 
— No más de lo habitual. — Respondí encogiéndome de hombros.
El tenía unos ojos preciosos de color gris. El chico que deseas que te espere en casa, pero por la manera que su compañera me miraba desde el otro extremo de la barra no sabía si arriesgar la pregunta. Al final mi juicio decidió que no era el instante preciso para acabar revolcada en cama ajena. No cuando tenía las lágrimas tan cerca de salir hoy. 

Quizá no era tan mala idea dejarse acunar por la soledad. Al fin y al cabo todos estamos solos.

Por cierto, recordadme que deje de hablar de mi. Últimamente estoy monopolizando ésto.

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